Aúllan. Agobian con su happy-rating, hacen papilla al prójimo con volumen y boludez.
Van a mil. Confundiendo velocidad mental con desenfreno no dicen nada después de haber hablado horas. Es increíble
su capacidad para hacer desaparecer conceptos, mensajes e ideas.
Forman un club de cerebros lisos y peinados absurdos. Chillan hasta por la ropa. Serían re-ocurrentes si no fuese por el detalle de que jamás se les ocurre nada. Nada nuevo, pues la repetición es su arma inevitable. Y mortífera.
Desconocen la vergüenza -propia y ajena-. Y quizá sea mejor así. No debe ser sencillo cargar con escrúpulos para estos obstinados trabajadores de la incomunicación.
Quisiera amordazar esas bocas incontinentes. Romper el vidrio desde donde escupen alegría inflamada sin pudor.
Lograr que callen.
Silenciar su estupidez.
Apagarlos.
Guillermo Bogani
Publicado en leedor.com