De cara al infierno, los excluídos de todo nos miran. Desde sus pozos sienten crecer el rencor inexorable. Saben que sabemos que no habrá Madre Teresa para ellos. Calcuta es el otro nombre de cualquier barrio porteño.
En su absurda pretensión de ser algo que deje de sufrir, suplican diez centavos para un pan -transubstanciado al instante en pegamento- que no alimenta demasiado pero sabe como quemar la obstinación en seguir viviendo.
Borrachos de miseria, sólo les queda el espanto.
Una vez más, cumplimos con el César.
Que el rey esté desnudo y su palacio sea de cartón parece no importarnos demasiado.
Guillermo Bogani
Publicado en leedor.com